lunes, 19 de julio de 2010

tercera propuesta Alberto Ruiz


del jueves 15 de julio al 29 de agosto del 2010





Un Traductor OaxaCaliforniano

Alberto Ruíz es quizás uno de los primeros exponentes de la siguiente generación de artistas oaxaqueños, en la avanzada del arte contemporáneo en México.

Ha sido tradición en los jóvenes de “provincia” salir de sus lugares de origen para estudiar y formarse, buscando en las grandes capitales la realización de sus sueños. Cada disciplina de estudio tiene su “meca”, en el siglo XX y hasta los años sesenta fue París; todo zagal con inquietudes de artista quiso ir a la ciudad luz a buscar la bohemia e intelectualidad famosa desde Las Vanguardias. En el caso local, el maestro de maestros Francisco Toledo no fue la excepción, por el contrario, es todo un hito. En su tiempo no había en Oaxaca estudios profesionales de calidad, solo “la capital” ofrecía San Carlos y La Esmeralda para formarse como “verdaderos artistas”. Pero ya era una referencia la carrera de Diego Rivera y Rufino Tamayo, quienes se abrieron mundo viajando a la mítica ciudad de la Torre Eiffel. El circuito del arte en la Época Moderna, era París y Nueva York.

Beto, como le decimos todos sus cercanos a Alberto Ruíz, nació en Teotitlán del Valle en 1979, de familia de tejedores, de nato le viene en la sangre. En 1998 decide irse al norte, una hermana vivía en Tijuana. “Buscaba salir del pueblo y conocer otros lugares”, relajado y sonriente dice Beto. Las inquietudes por la artes plásticas estaban en su mira y ya se decían cosas del movimiento artístico de Tijuana; al poco tiempo de llegar se inscribió en los talleres de la Casa de la Cultura y en las legendarias clases del Maestro Chavez Corrugedo en el taller de la Universidad Autónoma de Baja California, quien ha sido el formador de las bases técnicas en inquietos jóvenes en los últimos 30 años. Después en el 2000 se hizo el aprendiz de sol y sombra del maestro López Losa, en sus estancias en Tijuana. En el 2002 tomo cursos en el PROPAVIS en donde conoció al artista venezolano Carlos Zerpa, maestro del performance y del ensamble. Más adelante es el coordinador de Taller de grabado del artista Oscar Ortega, en donde se amigó con Jaime Ruíz Otis, Daniel Ruanova, Enrique Ciapara, Mely Barragán, César Hayashi y muchos otros que hoy son los más destacados artistas de la ya reconocida Art Scene de Tijuana, misma que en el 2002 la revista Neewsweek nombrara como una de las ocho nuevas capitales del arte contemporáneo.

En los diez años en que Beto vivió en Tijuana, produjo varias piezas convencionales, en su mayoría de gráfica, pero sobre todo desarrolló una aproximación a la cotidianidad, a la ciudad y a su proceso creativo. Vivía y tenía su taller en el centro de la ciudad. Por las noches caminaba y se encontraba los más inusuales objetos, - es común que los negocios y personas saquen su basura, como en muchas ciudades gringas en las que se tira todo lo que “no sirve”. Poco a poco fue reconociendo su afición por pepenar las historias de la gente, en libretas de colegio, carritos del súper descompuestos, pedazos de figuras de yeso, bolsas de plástico, entre otras cosas. En palabras de Beto “La basura es el ADN de la sociedad”.

De tiempo en tiempo le entraban las ganas de tejer, recordaba su casa y a su gente, el impulso brotaba. Así de los objetos que recolectó improvisó con unas maderas y unos clavos, un telar y con las bolsas de basura, las recortó e hizo unas fibras de plástico. De manera aleatoria tomaba una tira y luego otra y otra, al tiempo se dio cuenta que el “desorden” de color y el azar en el que aparecían letras y signos, daba una estética de su agrado, resultando un tapete único.

De muy chavo, Beto veía a su comunidad tejer, y siempre les preguntaba por qué repetían una y otra vez el mismo tapete. Sus familiares le explicaron de la tradición, de los códices, de los diseños de antes. Cuando en 1999 en su primer regreso de Tijuana a Teotitlán, tejió un tapete con todos los hilos sobrantes que se encontró, fue una respuesta al impacto del ritmo, del detritus consumista y del contraste de aquella ciudad.

En una ocasión, de vuelta en Tijuana, el dueño de un bar recién abierto le pidió que le hiciera algo para su lugar, algo distintivo. Simón le dijo El Beto, ¿qué tienes?, lo llevó al sótano y le enseño cosas, acumulaciones de objetos, entre ellos una enorme bolsa de corcholatas. Y de una Beto le dijo: “Te hago el letrero para arriba de la barra: un tapete de corcholatas”. Si curioso, ¿cómo tejer con algo rígido?, que dificultad. Bien le decía su amigo Ruíz Otis, “pero para qué te la complicas, una madera y en el centro de cada corcho un clavito y listo”. Más nada, Beto quería tejer, fueron los colores y el montón del mismo objeto los que le atrajeron y no le importó tener que hacerle cuatro agujeritos a cada corcholata y de cada uno hacer un amarre. Le gustó ver como se formaban diferentes juegos de color y los espacios que se formaban entre cada elemento. Afirmó su propósito de crear, jugar vitalmente, teniendo el azar y el fluir como principio.

En el 2008 se regreso a Oaxaca, la intensidad vivida necesitaba procesarla. A su vuelta trae consigo desechos de la maquiladora. Circuitos electrónicos defectuosos que se usarían en televisiones, computadoras, dvd’s y otros equipos. Asombrado los observa y observa. Finalmente encuentra que hacer con ellos. Son los nuevos códices de la actual civilización, hay que verter la nano tecnología en algo familiar. Teje un tapete de lana, reproduciendo lo que ve en ellos. Quiere traducir el circuito en algo natural y conectarlo con una tradición ancestral, al igual que sus antepasados, debe registrar la cosmovisión y la vida cotidiana del tiempo que le toco vivir.

Alberto Ruíz traspasa la tradición local, tanto de su comunidad textil como la de los artistas plásticos. A los primeros le da la posibilidad de otros temas y sentidos de ser tejedores. A los segundos les consolida otras rutas de formación y aprendizaje, ensancha los caminos, une las “periferias”, va más allá del poder centralista de “la capital” para consolidar las nuevas estrategias y prácticas artísticas de la glocalidad.

olgaMargarita Dávila

curadora